Aquello era el mismo Cielo

TESTIMONIO #039

Soy miembro de la Comunidad Somos hijos de Dios.

Ayer tuve una experiencia muy fuerte de lo que es realmente vivir un Pentecostés con una gran apertura a la acción del Espíritu Santo. Hice realmente una preparación de 50 días pidiendo el Espíritu Santo.

En la mañana antes de irme a la celebración iba alabando a Dios, pidiéndole a Su Santo Espíritu una fuerte manifestación en mi vida y por supuesto para la Asamblea a la que iba. Durante todo este tiempo de preparación para Pentecostés sucedieron muchas cosas, algunas las entendía, y otras no, pero esta madrugada, después de la visitación del Espíritu Santo, empecé a entenderlo todo.

Es como cuando tienes un gran rompecabezas y no encuentras las piezas que encajen en cada lugar; pues hoy analizándolo todo ya me he dado cuenta por qué desde la noche a la preparación a Pentecostés con mis hermanos de Comunidad, cuando nos repartieron una paloma con un don, a mí me tocó el don del entendimiento. Hoy es como ver una luz que se ha encendido dentro de mí para darme las respuestas a muchas de mis incógnitas.

Durante la celebración de Pentecostés yo, como servidora, estaba centrada en adorar y alabar a Dios, pidiéndole no para mí, sino para que se derramase con fuerza sobre toda la asamblea; dentro de mí le repetía que yo quería ofrecerle un servicio puro y santo como perfume a sus pies y adorarle con toda mi mente y con todo mi corazón, porque Él es el Rey y Señor del universo y yo simplemente estoy a Sus pies, a Su servicio, porque Él es el único Santo, y entre mis jaculatorias estaba repitiendo también Santo, Santo todo el tiempo.

Sentadas en nuestro sitio de alabanza, Laura, mi hermana de Comunidad, me dijo que cuando escuchaba la canción «La tierra canta», que estaban cantando en ese momento, le recordaba a mí; yo me sonreí porque esa canción me eleva al cielo y es una de mis favoritas. Me sentí plenamente identificada con lo que ella me dijo. Podría enumerar muchas cosas que viví y presencié durante la celebración, pero voy a ir a mi testimonio de la visitación del Espíritu Santo.

Durante la celebración de la Eucaristía mis ojos estaban centrados en el padre Abraham, un sacerdote invitado por el padre Salva a Pentecostés. Yo sentía la necesidad de orar por él a distancia. Sentía que este sacerdote era un amado de Jesús y María y sobre todo me llamaba la atención que cada vez que lo miraba veía el rostro de Jesús flagelado, me venían imágenes de la pasión de nuestro Señor; desde la última cena hasta Su crucifixión.

Comprendí lo que realmente se vive en cada eucaristía; que aunque por Fe lo sabía jamás lo había visto de forma real: Renovar el sacrificio de Jesús en la Cruz. Y en un momento vi realmente escondido a Dios en los dos sacerdotes ahí presentes; el padre Salva y el padre Abraham: «Alter Cristus.»

Era ver una luz tras el cristal como el vino cuando se mezcla con el agua. Para mi sorpresa hoy me doy cuenta de que este era un pensamiento del Santo Cura de Ars (uno de mis santos favoritos). Cuando este sacerdote (el padre Abraham) empezó la Eucaristía, literalmente lo vi recubierto de la sangre de Jesús, me impactó, pero no me asustó, simplemente empecé a trasladarme a otra dimensión, porque desde ese momento algo empezó a ocurrir en mi interior, era una preparación para lo siguiente que iba a vivir.

Yo todo el tiempo estaba pidiendo Espíritu Santo para él.

Estaba con gente a mi alrededor, pero realmente me sentía en otro lugar, me sentía como flotando y con una presencia tan fuerte del Espíritu Santo que pensaba que provenía de María Ángeles (hna. en Cristo) que estaba delante mío y de Arlen (hna. en Cristo) que estaba a mi derecha.

Era como un torbellino encima mío. Estaba consciente, pero envuelta en un algo especial. En el momento de comulgar y recibir de manos del sacerdote a mi Jesús, ya no estaba en la iglesia.

No puedo describir ni cómo ni cuándo me fui a otro lugar, pero empecé a ascender por medio de nubes hasta llegar a una enorme puerta de oro y cristal que se fue abriendo lentamente, y se desprendía una luz tan fulminante que yo casi no podía ver. Es decir, con mis ojos físicos no veía, pero sabía que era yo en todo momento.

Mi rostro y mi vestimenta cambiaron, estaba toda envuelta en esa luz y yo vestida de blanco, descalza con una corona de flores muy bellas y diminutas, con muchos brillos, parecían de nácar y purpurinas, pero desprendían un perfume que jamás había olido y que se clavó en mi interior.

Empecé a caminar, pero no como lo hacemos aquí, sino como flotando encima de una larga alfombra roja; estaba en un palacio bellísimo indescriptible, habían ángeles subiendo y bajando, unos guardias vestidos de oro y mucha gente bellísima, todos alabando y cantando a Dios.

Aquello era el mismo Cielo.

En esos momentos me venía a mi pensamiento Ana Alegre (hna. de Comunidad); ella había contado una visión que había tenido, y por eso me recordaba la alfombra roja.

En ese momento pensé que estaba robándome su visión, pero rápidamente me centré en el trono que veía al final del larguísimo pasillo. Todo era un ambiente de paz, armonía, felicidad, plenitud, libertad. La verdad, es indescriptible, no hay palabras para describir semejante hermosura. Oro, cristales, nácar, brillos, jarrones, columnas… en fin, muchas bellezas.

Habían unas escaleras que subían al trono, donde estaba toda la corte de ángeles, con instrumentos musicales espectaculares. En el trono estaba Jesús sentado en una silla espectacular; vestido realmente de Rey con una Corona de oro, diamantes y roja, no puedo describirla, pero era una belleza total, sus vestidos blancos preciosos con ese rojo y un cetro a juego (algo que yo jamás había visto), sus sandalias también de oro.

Tenía al mismo Jesús enfrente mío, sentado en Su trono. Mi reacción al llegar fue tirarme a Sus pies y adorarle. Mi pelo envolvía sus pies y me sentía como María, la que enjugó sus pies con perfume de nardos. Yo no tenía el perfume, pero le adoraba y estaba en estado total de plenitud diciéndole que le amaba.

De pronto, Él se levantó y me dio sus manos para ayudar a levantarme del suelo, y quedamos cara a cara. Me habían subido los ángeles en un taburete de cristal azulado con bordes dorados, y yo ahí descalza, a la misma altura de mi Amado.

Realmente sentí como si fuese que me estaba desposando con Jesús.

Entendí que la iglesia es la esposa de Cristo por una revelación muy detallada que empecé a tener en ese momento. Era como estar hablando, pero mentalmente. Y realmente me sentí esposa de Cristo.

Esta revelación la escribiré en otra ocasión por no alargar mi testimonio; y ya la compartiré también porque nunca lo había entendido de esa manera. Entendí, a través de ella, el amor como hija de Dios, y el amor esponsal con Cristo.

Yo no cesaba de decirle que le amaba y de querer quedarme allí para siempre. Pero Él se fue elevando y sus manos poco a poco se fueron desprendiendo de las mías. Los ángeles me sujetaban porque yo no quería dejarle ir y Él, con una voz bellísima, pero ya digo, como mental, me decía:

«Tienes que volver ahí abajo. Aún no puedes estar aquí. Ahí —y señalaba literalmente abajo—, tienes mucho por hacer, el camino es largo.»

(Mientras escribo recuerdo una palabra de Lukitas, otro hermanito en Cristo, que me dijo hace unos días: «Entiendo, Adri, que aún tienes un camino largo».)

Empecé a llorar porque no quería dejar ir a Jesús y solo le decía «llévame contigo», pero Él, sonriendo iba subiendo. Ya no estábamos en aquel palacio Real. Me encontraba en unas escaleras hermosas con nubes como de nácar y ángeles conduciéndome hasta cruzar aquella puerta de oro y cristal.

Realmente abrí mis ojos y quedé descontrolada porque pensé que había sido un sueño, y no sabía, porque estaba tirada entre los bancos de la Iglesia. Lo primero que veo es a Mari (hna. en Cristo) al fondo, pero me sentía desconcertada. Quería ponerme en pie y no podía. Mi cuerpo estaba realmente anestesiado y paralizado.

No me asusté, porque podía hablar, y empecé a recordar todo lo vivido, pero con muchas sensaciones de shock. Estuve por lo menos de 3 a 4 horas ahí tirada en el suelo. Entre el padre Salva, Mari, Ale y Denise (hnas. en Cristo) querían ponerme de pie, pero yo pesaba tanto que no podían. Cuando Dios así lo quiso, fui reincorporándome, pero no podía ni caminar. Denise me dijo «estás como una niña que ha nacido de nuevo», y esa palabra me recordó que la había recibido en la mañana en la asamblea.

Realmente me sentía una niña dando sus primeros pasos. Me costó una montaña llegar al coche y poder conducir hasta mi casa. Cuando llegué, no podía salir del coche y aún tardé media hora para avisar a mi familia que ya estaba en casa y me ayudaran. Cuando vino mi hijo se pensó que me había caído, porque me tuvo que ayudar a subir las escaleras, y entonces me empezó una risa; parecía que había bebido.

(Realmente mi vivencia fue la misma de los Apóstoles en el aposento alto.)

Cuando vinieron a verme mi hija y mi marido, se pensaron que estaba bebida. Menos mal que saben que no bebo, pero mi marido, que está en otro mundo, me dijo realmente «estáis loquitos».

Me ayudaron a subir al salón donde estuve largo rato meditando lo vivido, y después, cuando ya pude, me levanté y caminé; eso sería la 1 de la madrugada, y pedí al señor que me dijera qué era todo esto que había vivido. Abrí la Biblia; me encontré con el Salmo 84 (83) (Deseo del santuario).

Empecé a llorar de alegría porque este Salmo me confirmaba que realmente había estado en el cielo y que Dios me ama con locura, pero que a ti que me lees también. Solo hace falta que lo creas y que lo ames y le pidas como dice la palabra de Dios:

«Pedid y se os dará…»

Durante mi vivencia repetía varios nombres en hebreo (así me lo ratificó el padre Abraham). Estos nombres eran Shaddai, Hashem, Elohim. El que más repetía era Shaddai. Y este fue el significado que encontré:

EL-SHADDAI es el Dios Omnipotente en generosidades. La omnipotencia de Dios es de «pecho», es decir, de amor generoso que se derrama a otros. EL-SHADDAI es el Dios que derrama bendiciones sobre nuestras cabezas y nos da vida en abundancia. En algunas ocasiones EL-SHADDAI permite que seamos probados y afligidos para vaciarnos de nosotros mismos y así poder llenarnos más de ÉL y de sus bendiciones, esto es lo que sucedió con Job, Rut…

Para mí tiene mucho sentido, por todas las vivencias que tuve en estos 50 días de preparación para Pentecostés. Vivencias que escribiré y dejaré escritas porque la Gloria es de Dios, y si Él me ha permitido tantas experiencias en mi vida, creo que ha llegado el momento de escribirlas en limpio y sacar un libro que sirva al mundo.

Experiencias sobrenaturales para la ayuda del crecimiento interior, de la perfección del alma, de sanación y restauración para alcanzar la plenitud con ese Dios amor que realmente quiere salvarnos a todos.

Un Dios amor, lento a la ira y lleno de misericordia. Al cuál siempre Alabaré y Cantaré sus maravillas (Salmo que me salió en las palabritas que entregó mi hna. de Comunidad, Teresa).

¡Gloria a Dios por siempre!

Gracias a Dios. Gracias a todos. Bendiciones,

Adri.