Me estaba abrazando Jesús

TESTIMONIO #040

La Paz, Salvador:

No quiero quitarle mérito a Jesucristo, por eso te cuento esto.

Gracias por presentarme al Espíritu Santo.

Como sabes, acudí a ti hace unos 2 años porque nadie creía que el demonio se me presentaba por las noches y me atemorizaba; ningún sacerdote, hermano en la fe o catequista me creía.

Llegué a ti y me creíste, y me describiste lo que sentía, olía y veía, esa falta de amor, ese azufre, y ese bicho. En la oración de liberación sentí la paz absoluta, se me fue la tristeza que tenía, me volví a sentir amado de Dios, y me dijiste cosas que no sabía ni yo.

Eso me dejó con la mosca y desde entonces voy acudiendo a Adoraciones o enseñanzas tuyas y de José Enrique.

El 30/05/2020 acudí a la iglesia totalmente agnóstico, pero con la palabra que en el «Camino» me han sellado: «Obedece aunque no lo entiendas.»

A mí los bailes, alabanzas, gritos, me ponen enfermo, son como un show; pero por aquella semilla que el Espíritu Santo dejó en aquella oración de sanación y porque mi hermano lo hace aún teniendo el sentido del ridículo más grande que yo, puse de mi parte, te obedecí y me relajé, no me puse de pie con los brazos en alto, pero me senté, deje mis manos sobre las rodillas, cerré los ojos y dije: «Aquí estoy Jesús, sin armar jaleo, tú verás qué haces con este incrédulo.»

Me vino a la cabeza lo que dijiste: «Jesús vomita al ver mi infidelidad», y medité y me sentí compungido, ¡yo!, que llevo 16 años escrutando la Palabra, oyendo catequesis, aprendiendo liturgia y teoría, buscando en los doctores. Yo, que soy de la ley, de la confesión, porque he de redimirme yo a mí mismo (jajajaja) mis pecados (!).

Y de repente, ¡me estaba abrazando Jesús! Lleno de llagas, de sangre, de agujeros que (como dice san Pedro) ¡yo mismo le había hecho!

¡Me abrazaba! ¡Me entendía! ¡Me acompaña!

¡Lloré! ¡Lloré como nunca lo he hecho! ¡Lloré por el perdón! Pero sobre todo, ¡porque Él ya lo había redimido! ¡A Él sea la Gloria, no a mí! ¡Gratis! Sin penitencia.

Alguien se acercó por detrás y me dijo: «Satanás, deja a este chico.»

¿Satanás? ¡Satanás! ¡Él es el que me ha mentido y engañado! ¡Me ha dicho que no podía salir del pecado de la carne! Que nadie me va a querer con lo que me gusta a mí el pecado, ¡a mí las mujeres!

Y lloré más.

Me dijo también que llorara tranquilo, que estábamos solos; y me dejé, por primera vez en mi vida he llorado con mocos, lágrimas e hipo. Y me puso alguien las manos en el pecho, y en la nuca y dijo: «Coge tu cruz, que es solo tuya, pero Jesús te ayuda, la lleva contigo, no estás solo. Ahora Paz.»

Y sentí fuego. ¡Fuego, Salva! ¡Lo que dicen los tarados de los carismáticos! Jajaja. ¡Yo!

¡Y alegría! Como el día que me casé, como el día que vi a mi hijo por primera vez, alegría porque acababa de recibir un ¡Regalazo! ¡Gratis! Sin laudes, sin retiro, sin flagelos, sin sacrificios. ¡Él se ha sacrificado para que yo lo tenga Gratis!

Ya a la noche, me llegó otra palabra más amplia de la misma persona que oró en el templo; me la hizo llegar. En ella me dice muchas cosas, pero sobre todo que ya no soy hijo de la carne del pecado, sino del Espíritu Santo.

No sé si me he sabido explicar, la verdad que no encuentro palabras para transmitirlo. Lo mejor es decirte que llevo una alegría ampliamente visible por todos. Pero dos días después te lo cuento, parado en una estación de servicio, casi en Alicante, porque soy transportista y no puedo hacer 10 kilómetros sin ponerme a llorar de alegría y agradecimiento.

Ahora encuentro sustancia cuando digo ¡Gloria a Dios!

Andrés.