El Señor actuando y sanando el dolor de espalda que había durado 30 años

TESTIMONIO #089

Quiero agradecer infinitamente al Señor por concederme participar en el retiro Discípulos de Jesús. También al padre Salva y a todos los hermanos de la Comunidad Somos hijos de Dios, quienes lo prepararon con tanto amor y cariño.

He rezado mucho al Señor para que pueda venir a este retiro y me lo ha concedido.

Desde el primer momento he sentido que todos estábamos viviendo un encuentro con el Dios Vivo muy fuerte y muy bendecido. La alabanza al Señor se desbordaba, y el Espíritu de Dios verdaderamente estaba en aquel lugar y actuaba en nuestros corazones.

Yo había asistido a los dos primeros retiros. Y todos influyeron mucho en mí. Siento como el Señor está actuando en mi vida, como me está cambiando y enseñando. En los últimos meses he pasado por una etapa de sequía espiritual, tristeza y abatimiento. Aunque iba a la Misa, acudía a los sacramentos, me sentía triste y alejada de Dios.

En el retiro el Señor me ha encendido otra vez, ha renovado mi espíritu y me ha regalado la alegría. Y me ha confirmado otra vez que quiere actuar en mí y a través de mí. Yo muchas veces pensaba que no soy digna, no sirvo, no doy la talla. El ladrón de identidad me robaba continuamente las gracias y las bendiciones que el Señor me regalaba.

En el retiro por fin he entendido que solo tenemos que decir «sí» al Señor para que Él pueda actuar en nosotros y a través de nosotros.

En la noche de profecías he visto como el Señor nos está utilizando para bendecir abundantemente las vidas de los hermanos y hermanas. En las oraciones por la sanación he visto al Señor actuando y sanando el dolor de espalda que había durado 30 años.

Solo tenemos que decir «sí» y todo es posible.

El Señor Jesús necesita nuestras manos y nuestros corazones. Nos quiere tener cerca de Él. Nos quiere como Sus discípulos y nos ama infinitamente. En todo el retiro yo estaba inundada del sentimiento de agradecimiento al Señor, sentía amor y admiración por los hermanos y hermanas que me rodeaban. Veía tanta dignidad, nobleza, valentía y sinceridad, que solo podría dar gracias por todos ellos y pedir que el Señor les bendiga a todos.

Hay un camino por hacer, pero no estoy sola. Jesús va delante de mí y también está a mi lado. Y tengo muchos hermanos en Cristo, unidos en oración.

¡Gracias, gracias, gracias! ¡Gloria por siempre al Señor Jesús!

Mila.