Por primera vez en mi vida sentía que tenía ganas de vivir

TESTIMONIO #056

Hace 2 años peregriné a Medjugorje buscando la ayuda de la Virgen. El último día, un sacerdote, con el que no había hablado prácticamente nada, al despedirnos me dijo: «El último regalo de la Virgen para ti es la Comunidad Somos hijos de Dios.» Empecé a ir a sus Adoraciones y, pasado un año, me decidí a pedirles ayuda porque ya me resultaba insoportable seguir viviendo con ese lastre de melancolía y de tristeza, de rabia y de rencor, que arrastraba desde toda la vida. Después de hablar con el P. Salva me fui a la capilla y allí el Señor me dio esta palabra: «Herida incurable, que será curada» (Jeremías 30); «no hay remedio para tu dolencia ni cura que cierre tu herida (…) Yo te devolveré la salud, te curaré las heridas –oráculo del Señor–» (Jr 30, 13.17). Yo lo creí, confié. Y en menos de dos meses, en un retiro de esta Comunidad, Él me liberó, sanó mi tristeza, y, renovada por el Espíritu, empecé a vivir como una criatura nueva porque algo cambió en mi interior; por primera vez en mi vida sentía que tenía ganas de vivir. Después de toda una vida de médicos, de analistas, de psicólogos, de new age, en busca de mi sanación, cuando pedí ayuda en el lugar adecuado, en un retiro de dos días, ¡lo que parecía incurable comenzaba a ser sanado!

Lo más sorprendente, quizá porque era lo más inesperado para mí, es que Dios me iba a seguir sanando durante esta peregrinación que la Comunidad ha hecho, a la que yo no podía ir. Las gracias han llegado desde Fátima a casa. ¡Ha sido una semana de inmensa bendición! A lo largo de la semana notaba cómo se iba diluyendo el rencor, la envidia, la falta de perdón, y a medida que Dios iba liberándome de esas cadenas, sentía cómo se iba suavizando la dureza de mi corazón. He tomado conciencia que la verdadera libertad de ser hija de Dios se experimenta al expulsar todos esos sentimientos a los que vivía aferrada y que me estaban impidiendo amar.

Y cuando uno recibe tanto, cuando ha visto su Gloria, ha sentido cómo nos Ama y ha experimentado su Perdón, ya no puede callar más y necesita gritar al mundo el Poder de Dios y que en Él está nuestra salvación. En aquel retiro, durante la liberación, dentro de mí no paraban de resonar estas palabras, «que todos sean uno, como tú, Padre, en mí y Yo en ti» (Jn 17, 21). Durante esta semana de peregrinación, estas palabras han tomado un sentido nuevo para mí, que entonces no entendí: que todos sean uno, una sola voz Adorando y alabando a Jesús, un solo corazón amando y ayudando al prójimo, un solo dedo señalando al Único que realmente puede darnos la Vida. Al menos, eso es lo que yo he vivido en esta semana: que aunque yo me limité a rezar por los frutos de esta peregrinación, en realidad, mi voz estaba unida a la vuestra, éramos uno, clamando al Padre su Misericordia, y Él derramó su Espíritu en abundancia sobre todos sus hijos, «para que el mundo crea» (Jn 17, 21).

Cuando pregunté a Jesús si Él quería que diera testimonio de lo que estaba haciendo conmigo, encendí la radio y las primeras palabras que escuché decían en forma de canción… «dile al cansado… que él vendrá y le salvará».

Por eso hoy, en Nombre de Jesús, te digo a ti, que sufres en tu soledad, que vives cansado, que tienes el corazón herido como yo lo tenía: invoca el Nombre de Jesús, con fe y confianza, que, ¡Él te levantará, Él vendrá y te sanará!

¡Dios cumple su Palabra!