Sanada a través de las retransmisiones

TESTIMONIO #046

Estoy infinitamente agradecida por sus Adoraciones a nuestro Señor. Fui sanada a través de las retransmisiones. Estuve siguiéndolas desde el día de Pentecostés, gracias a una amiga que me envió el enlace.

Ayer, cuando vi el testimonio de la otra Carmina, sentí que también era para mí, porque no hay tiempo para Dios, Él es un constante presente.

Tenía unos dolores terribles por una hernia discal, y después de sentirme identificada con esa palabra de conocimiento, al igual que la palabra de sanación de una hernia, aunque fuese para un hombre, yo, en fe, estoy sana. Puedo moverme y hacer ejercicios que me eran imposibles.

Como no hay que robarle la Gloria a Dios, aquí estoy dando mi testimonio de sanación, confianza y restauración de mi alma. Espero poder ir algún día a Valencia y conocerle personalmente y dar mi testimonio delante de quien haga falta.

Dios les bendiga. Gracias.

Carmina Pérez.

Mi mejor experiencia espiritual

TESTIMONIO #045

30 de mayo 2020 — Vigilia de Pentecostés — San Ramón nonato Paiporta

Era la primera vez que asistía a la vigilia de Pentecostés y durante el confinamiento estuve rezando para que se pudiera llevar a cabo. Tenía muchas ganas de asistir, presentía que iba a encontrarme con el Señor, como si algo grande fuera a pasar.

Días antes me estuve preparando para recibir el Espíritu Santo, que tanto nos animaba el padre Salva a pedir, a lo largo de todas las homilías del tiempo Pascual. Para ello, insistía en mi oración diaria y también rezábamos en familia la novena al Espíritu Santo que nos proporcionó en la parroquia.

Soy madre de dos bebés y unas semanas antes me preocupaba con quién iba a dejar a los niños, ya que quería vivir la Vigilia con la mayor intensidad posible; providencialmente conseguimos unas canguros para que se quedaran con ellos en la parroquia.

Al inicio de la jornada me costó un poco comenzar porque tenía el pensamiento disperso entre lo que estábamos viviendo (nuevo para mí) y la preocupación de si mis hijos estarían bien, etc.

Poco a poco, me fui olvidando de todo y viví la primera parte con entusiasmo, sumergida en la Alabanza, aprendiendo de las enseñanzas del padre y disfrutando de los testimonios.

Después de la pausa, la cual me gustaría felicitar a la magnífica organización que hubo todo el tiempo, empezó la «parte fuerte» del día, la Efusión.

Pedía sin cesar que el Espíritu Santo viniera a mí, y en una de esas veces que me puse de rodillas para encontrar recogimiento, empecé a notar mucha felicidad y paz. Notaba que yo sonreía, y de pronto escuché al padre Salva que decía algo como «mirad la sonrisa de Jesús», y yo con los ojos cerrados iba sintiendo cada vez más gozo. La cabeza se me inclinó hacia atrás y, mirando al cielo, sin poder abrir los ojos, vi la silueta de una paloma con las alas desplegadas y rayos de luz que la rodeaban. Al mismo instante, se me desató el Don de lenguas, cada vez con un volumen más fuerte y llorando de felicidad; necesitaba abrir mis brazos hacia el cielo para abrazar.

Pasaron unos minutos y pude volver a la normalidad, aunque estaba alucinando.

Seguidamente, empezaba la efusión del Espíritu y yo pensaba que habiendo tenido una experiencia tan fuerte (para mí), pues, que ya no pasaría nada tan espectacular. De pronto me vino un profundo malestar, tenía muchas ganas de vomitar, el corazón me iba a mil y me costaba respirar. Entonces empecé a rezar para encontrarme bien y sentía que el chico que estaba sentado, conmigo, en el banco, también rezaba para que me pusiera bien. Luego me confirmó que sí estaba rezando por mí.

El caso es que, al poco rato, se me pasó todo y me encontraba de rodillas, cantando como unas segundas voces de la canción que tocaban en ese momento. Sentía una paz tremenda y me sorprendía la voz que salía de mi boca, era muy aguda y empastaba fenomenal con lo que oía. A la vez, escuchaba la oración de una chica en mi oído y caí en descanso al suelo.

Yo seguía cantando, como nunca antes había hecho, y de pronto volví a orar en lenguas, intercalaba el canto con las lenguas y dije alguna vez Ave María. En la explosión de gozo que sentía, me encontré con Jesús, yo sentí que era Él. Podía ver cómo estaba sentado delante de mí, sobre una piedra blanca, veía su túnica blanca, los pliegues de sus mangas, un poco de su pelo y sentía unos ojos muy verdes que me traspasaban. Yo empecé a hablar con él en lenguas, pero entendiendo en todo momento lo que le decía…

Y es como que delante de Él podía ser yo misma, y como si Jesús me dijera: «Claro, así es como Yo te veo.»

¡Muy fuerte todo! No podía parar de decir lo feliz que era y que si ese momento era así de bueno ¿cómo sería el Cielo entonces?… Le conté todo lo que se me pasó por la cabeza y le di gracias por todo lo que me estaba regalando. Hubo un momento que sentí que me pedía que le pasara el gozo del Espíritu Santo a la chica que rezaba conmigo en ese momento, entonces le toqué el brazo queriéndole transmitir lo que sentía. En medio de todo esto yo seguía levantando los brazos, riendo a carcajadas, llorando… Debía ser un cuadro para el que me viera desde fuera, pero yo estaba tan feliz que me daba lo mismo.

Llegó un momento de la visita de Jesús en el que sentí que me decía, con mucha autoridad pero con mucho amor a la vez, que se había derramado mucho en mí y que iba a derramarse también a mis hermanos; yo lo entendí y asentí que debía compartirle, aunque no hubiese querido que aquello se terminara jamás.

Al momento, todo volvió a la normalidad, dentro de lo que cabe; pude sentarme y dar gracias por todo lo vivido.

Un momento después, vino hacia mí el padre Jorge y me impuso las manos, también rezaba por mí otro chico joven. Sentí paz, pero no ocurrió nada más. Ésta fue la oportunidad que se me brindaba para confirmarme, a mí misma, que los descansos en el espíritu y demás cosas sobrenaturales que me habían pasado no habían sido producto de mi sugestión.

Por último, pasó la custodia bendiciendo a toda la asamblea, y en aquel momento cantábamos «Aleluya, Dios es Rey». Yo, no podía parar de llorar y de levantar mis brazos, de feliz que estaba, afirmando en mi interior lo que cantaba. En verdad Dios es Rey, lo he visto, qué grande es… (todo esto lo pensaba y me emocionaba).

También pedía, mientras pasaba la custodia entre mi familia, que sintieran aunque fuera una mínima parte lo que yo había sentido, para que les tocara el corazón (si no lo había hecho aún).

Todo esto lo dice la que al principio no estaba más que sentada o de rodillas, con los brazos cruzados, cerrando los ojos para no desconcentrarse e incluso pensando que ese no era su lugar. Pero Jesús es mucho más grande y me quitó los prejuicios y me demostró lo realmente universal que significa la palabra católico.

¡Gloria a Dios! ¡Salve María!

Encarna.

Dios quería sanarme, salvarme

TESTIMONIO #044

Quiero compartir mi testimonio de la Adoración para dar la gloria a Dios.

El domingo fui invitada por una amiga, quien me insistió el ir. No habían plazas, pero finalmente nos las dieron. Tenía otros planes porque no lo tenía claro. Soy de pocas palabras y voy a ir a lo concreto:

«Mujer triste, aborto, palabra de fortaleza y salvación (Isaías), madre que sufre por su hija.»

Me quedé muy asombrada al ver que Dios nos conoce tan profundamente que hasta mi nombre lo dijo el sacerdote. Estoy bastante sorprendida porque sé que mi nombre no estaba en la lista, fui reemplazando a otra persona, pero como quería pasar de incógnita le pedí a mi amiga que no dijese mi nombre.

Dios quería sanarme, salvarme.

Os doy infinitas gracias porque sí me consoló el Señor por ese aborto y por tanto sufrimiento. Era una niña y la chica que lleva la oración también así lo afirmó. El Señor la cuida y la lleva a su presencia, porque mi duda era esa, si estaba en la presencia de Dios, al ser un aborto.

Muchas gracias por estas Adoraciones. Por transmitir el Amor de Dios. Yo sentía que algo me balanceaba, me refrescaba; ese manantial de agua estaba realmente en la parroquia. Lo tenéis todo muy cuidado, sois grandes instrumentos de Dios.

Dios siga bendiciendo vuestra Comunidad.

Testimonio de gratitud

TESTIMONIO #043

Quiero dar las gracias al padre Salvador y a su Comunidad por acercarnos a Jesús.

Las reflexiones de cada día, la mayoría de las veces tocan mi alma. Con la persona que más me comunico de la Comunidad es con Adriana, le doy la Gloria a Dios porque ella siempre está atenta a recibirme y ayudarme (trae mucha luz a mi vida). Muchas veces el Señor la ha utilizado como su instrumento para mi vida y es por este motivo que quiero dar las gracias.

A Teresa, la chica que lleva las velas, también le quiero dar las gracias porque también ha sido instrumento del Señor, dándome una vez una palabra de ánimo y de aliento de parte de Dios.

Al equipo de música, gracias, porque con sus suaves canciones me introducen en la oración. Y al padre Salva porque me ha ayudado mucho con palabras y prédicas, más las reflexiones que me van haciendo fortalecer, sanar y crecer.

Muchas gracias, sois una bendición en mi vida. A todos los demás, en lo poco, sois grandes; muchas gracias.

Un abrazo en Cristo.

M.A.B.

Él es el Señor y Dador de Vida

TESTIMONIO #042

El Señor nos sigue invitando hoy a descifrar los signos de los tiempos. Necesitamos, urgentemente, vivenciar personalmente al Espíritu Santo, que nos ha de robustecer y nos ha de guiar, en esta etapa, hacia el desempeño de la misión confiada por Jesucristo. Sin Pentecostés, de poco nos serviría la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo, porque el Espíritu Santo es quien nos da la vida: Él es el Señor y Dador de Vida.

Una cosa es tener conocimientos de Dios-Padre y de Jesús, para lo cual no hace falta el Espíritu, y otra cosa es tener Vida y sentirte Vivo, lo cual es, siempre, un don del Espíritu Santo en nosotros. El Espíritu Santo, que es el mismo Espíritu de Jesús Resucitado, es delicado y paciente; es un caballero, que nunca se impone a la fuerza y que siempre viene gustosamente a un Pueblo Bien Dispuesto. El Santo Espíritu sólo toma de nosotros lo que nosotros queramos darle, y nada más. Por eso, cuando te das del todo a Él, viene con prontitud y te invade totalmente. Esto es lo que experimentamos en la vigilia de Pentecostés en la Parroquia de San Ramón de Paiporta, el sábado por la mañana. Experimentamos el amor de Dios en primera persona. Ahí había un Pueblo Bien Dispuesto. Esta situación de coronavirus, con su normativa de limitación de aforo, propició que todas las personas que estaban ahí, lo estuvieran por una propia y específica voluntad, con una voluntad muy concreta y con un corazón muy necesitado de recibir al Señor. Yo llegaba con gran ansia. El día antes les decía a mis hijos: «he deseado con gran ansia.»

He vivido toda la Pascua deseando con gran ansia la llegada de Pentecostés. He orado mucho para que se levantaran las medidas del confinamiento y poder celebrar con gran solemnidad esta Fiesta. Está claro que al Espíritu lo puedes recibir cada día, porque siempre que le llamas, viene. Pero, más claro aún es que, cuando el Espíritu ve un Pueblo Bien Dispuesto, se lanza de cabeza. Yo le pedía al Señor, durante toda la Pascua: «necesitamos vivir un Pentecostés como el Primero, como el que experimentaron la Virgen María y los Apóstoles. Necesitamos al Espíritu con la misma intensidad, con la misma fuerza, con el mismo poder, porque somos débiles y es muy grande la misión de hacer presente a Cristo en esta sociedad del COVID-19.» Incluso le llegué a pedir: «quiero ver las llamaradas de fuego.»

He de reconocer que no he visto las llamaradas de fuego; el Señor solo me permitió ver una luz amarilla, en forma de llama, que salía de la Cruz de madera que hay encima del altar. Esto fue durante la Alabanza de preparación que tuvimos los servidores antes de que comenzara la Vigilia.

He experimentado los frutos de la Presencia del Espíritu: Paz, Alegría, Gozo interior, Seguridad, Certeza, Firmeza… en fin, todo lo que experimenta una persona que se siente amada. Al final, todo queda reducido a experimentar personalmente el Amor de todo un Dios Todopoderoso, Nuestro Dios, que ansía amarnos si nos dejamos amar por Él. Lo que vivimos el sábado fue lo que se vive cuando uno se deja amar por Dios. Había ahí un Pueblo que ansiaba dejarse amar por su Dios y ahí estaba Nuestro Dios dándose amorosamente a su Pueblo. El Esposo y la Esposa, donándose recíprocamente. Este es el Nuevo Pentecostés de Amor Esponsal.

Cuando vives esto, cuando experimentas el Amor de Dios en primera persona, quedas transformado. Aunque no sepas explicarlo —porque no hay palabras humanas para expresar estas experiencias divinas—, lo realmente importante es vivirlo. Cuando vives esto, quieres más, quieres vivir siempre así. Cuando vives esto, ya no te conformas con lo de antes. Cuando vives esto, ya no te vale cualquier cosa.

Cuando vives esto, ya no te conformas con saber que Dios te ama, deseas vivir sintiéndote constantemente amado por Dios. Y deseas amar a Dios y al prójimo, poniéndote a su servicio. El amor es expansivo: no es lo mismo decir «te amo» que «experimentar físicamente el amor» y, más aún, cuando estamos hablando del Amor de Dios mismo. No es lo mismo reconocer, intelectual y psicológicamente, que «Dios me ama» —que en sí ya es mucho—, que experimentar físicamente el Amor de Dios. Yo puedo saber que Dios me ama, porque así me lo han enseñado, porque así lo he aprendido, pues Dios es Amor y el Amor solo puede amar. Pero solo cuando vives todo el Amor de Dios en tu pequeño cuerpecito humano, es cuando tu vida se redimensiona, entras en otra dimensión de nuestra fe. Siendo tú el mismo de siempre, siendo la misma persona, ya nada es igual. Es entonces cuando puedes intuir lo que decía Pablo de Tarso: «vivo yo, pero ya no soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí.» Y lo más impresionante de todo es que, después, tú sigues sin poder hacer nada para corresponder a ese Amor de Dios, porque sigues siendo el mismo miserable de siempre. Pero esto deja de tener la importancia que antes le dabas.

La única forma que conozco de amar a Dios es dejarme amar por Él. Él es el protagonista de esta historia de Amor. Él me ama y yo me dejo amar por Él. Y no hay otra posibilidad, porque nadie puede pagar a Dios con la misma moneda; no hay otra posibilidad, porque el Amor de Dios por nosotros es totalmente inmerecido y gratuito. Amar a Dios consiste en dejarse amar por Él y, después, entregar a los demás, gratuitamente, ese Amor que de Él recibes. Recibir para dar.

Esto es lo que brota de mi corazón en este momento: ¡Cristo me ha resucitado! Esto no es un estado de ánimo, es un estado de vida. Su mismo Espíritu habita en mí por la Resurrección. Hay tres nacimientos: el nacimiento en la carne, el nacimiento del Bautismo y el nacimiento de la Resurrección, donde el Espíritu Santo te invade y te conduce a Alabar y Adorar la Persona Humana de Cristo, su Pasión, Muerte y Resurrección y, por Él, a Alabar y Adorar a Dios Padre.

¡Gloria a Dios!

Lucas Blanes.

Dios se vale de todo para hacerse escuchar

TESTIMONIO #041

Hola, buenos días:

Quiero dar gracias por la última Adoración, donde nombraban a una Rosa. Es mi madre, y esa palabra la ha tomado para ella y queremos dar las gracias por tocar corazones y encender esa llama del amor de Dios en nuestras vidas.

Gracias a esa palabra y a la forma como hablan en las Adoraciones. Ella me ha pedido perdón por heridas que me había causado, y yo también a ella. Muchas gracias por llevar consuelo a través de Internet, y de hacernos ver que Dios se vale de todo para hacerse escuchar.

Dios los bendiga y les multiplique.

Un saludo,

Patricia, desde Nicaragua.

Me estaba abrazando Jesús

TESTIMONIO #040

La Paz, Salvador:

No quiero quitarle mérito a Jesucristo, por eso te cuento esto.

Gracias por presentarme al Espíritu Santo.

Como sabes, acudí a ti hace unos 2 años porque nadie creía que el demonio se me presentaba por las noches y me atemorizaba; ningún sacerdote, hermano en la fe o catequista me creía.

Llegué a ti y me creíste, y me describiste lo que sentía, olía y veía, esa falta de amor, ese azufre, y ese bicho. En la oración de liberación sentí la paz absoluta, se me fue la tristeza que tenía, me volví a sentir amado de Dios, y me dijiste cosas que no sabía ni yo.

Eso me dejó con la mosca y desde entonces voy acudiendo a Adoraciones o enseñanzas tuyas y de José Enrique.

El 30/05/2020 acudí a la iglesia totalmente agnóstico, pero con la palabra que en el «Camino» me han sellado: «Obedece aunque no lo entiendas.»

A mí los bailes, alabanzas, gritos, me ponen enfermo, son como un show; pero por aquella semilla que el Espíritu Santo dejó en aquella oración de sanación y porque mi hermano lo hace aún teniendo el sentido del ridículo más grande que yo, puse de mi parte, te obedecí y me relajé, no me puse de pie con los brazos en alto, pero me senté, deje mis manos sobre las rodillas, cerré los ojos y dije: «Aquí estoy Jesús, sin armar jaleo, tú verás qué haces con este incrédulo.»

Me vino a la cabeza lo que dijiste: «Jesús vomita al ver mi infidelidad», y medité y me sentí compungido, ¡yo!, que llevo 16 años escrutando la Palabra, oyendo catequesis, aprendiendo liturgia y teoría, buscando en los doctores. Yo, que soy de la ley, de la confesión, porque he de redimirme yo a mí mismo (jajajaja) mis pecados (!).

Y de repente, ¡me estaba abrazando Jesús! Lleno de llagas, de sangre, de agujeros que (como dice san Pedro) ¡yo mismo le había hecho!

¡Me abrazaba! ¡Me entendía! ¡Me acompaña!

¡Lloré! ¡Lloré como nunca lo he hecho! ¡Lloré por el perdón! Pero sobre todo, ¡porque Él ya lo había redimido! ¡A Él sea la Gloria, no a mí! ¡Gratis! Sin penitencia.

Alguien se acercó por detrás y me dijo: «Satanás, deja a este chico.»

¿Satanás? ¡Satanás! ¡Él es el que me ha mentido y engañado! ¡Me ha dicho que no podía salir del pecado de la carne! Que nadie me va a querer con lo que me gusta a mí el pecado, ¡a mí las mujeres!

Y lloré más.

Me dijo también que llorara tranquilo, que estábamos solos; y me dejé, por primera vez en mi vida he llorado con mocos, lágrimas e hipo. Y me puso alguien las manos en el pecho, y en la nuca y dijo: «Coge tu cruz, que es solo tuya, pero Jesús te ayuda, la lleva contigo, no estás solo. Ahora Paz.»

Y sentí fuego. ¡Fuego, Salva! ¡Lo que dicen los tarados de los carismáticos! Jajaja. ¡Yo!

¡Y alegría! Como el día que me casé, como el día que vi a mi hijo por primera vez, alegría porque acababa de recibir un ¡Regalazo! ¡Gratis! Sin laudes, sin retiro, sin flagelos, sin sacrificios. ¡Él se ha sacrificado para que yo lo tenga Gratis!

Ya a la noche, me llegó otra palabra más amplia de la misma persona que oró en el templo; me la hizo llegar. En ella me dice muchas cosas, pero sobre todo que ya no soy hijo de la carne del pecado, sino del Espíritu Santo.

No sé si me he sabido explicar, la verdad que no encuentro palabras para transmitirlo. Lo mejor es decirte que llevo una alegría ampliamente visible por todos. Pero dos días después te lo cuento, parado en una estación de servicio, casi en Alicante, porque soy transportista y no puedo hacer 10 kilómetros sin ponerme a llorar de alegría y agradecimiento.

Ahora encuentro sustancia cuando digo ¡Gloria a Dios!

Andrés.

Aquello era el mismo Cielo

TESTIMONIO #039

Soy miembro de la Comunidad Somos hijos de Dios.

Ayer tuve una experiencia muy fuerte de lo que es realmente vivir un Pentecostés con una gran apertura a la acción del Espíritu Santo. Hice realmente una preparación de 50 días pidiendo el Espíritu Santo.

En la mañana antes de irme a la celebración iba alabando a Dios, pidiéndole a Su Santo Espíritu una fuerte manifestación en mi vida y por supuesto para la Asamblea a la que iba. Durante todo este tiempo de preparación para Pentecostés sucedieron muchas cosas, algunas las entendía, y otras no, pero esta madrugada, después de la visitación del Espíritu Santo, empecé a entenderlo todo.

Es como cuando tienes un gran rompecabezas y no encuentras las piezas que encajen en cada lugar; pues hoy analizándolo todo ya me he dado cuenta por qué desde la noche a la preparación a Pentecostés con mis hermanos de Comunidad, cuando nos repartieron una paloma con un don, a mí me tocó el don del entendimiento. Hoy es como ver una luz que se ha encendido dentro de mí para darme las respuestas a muchas de mis incógnitas.

Durante la celebración de Pentecostés yo, como servidora, estaba centrada en adorar y alabar a Dios, pidiéndole no para mí, sino para que se derramase con fuerza sobre toda la asamblea; dentro de mí le repetía que yo quería ofrecerle un servicio puro y santo como perfume a sus pies y adorarle con toda mi mente y con todo mi corazón, porque Él es el Rey y Señor del universo y yo simplemente estoy a Sus pies, a Su servicio, porque Él es el único Santo, y entre mis jaculatorias estaba repitiendo también Santo, Santo todo el tiempo.

Sentadas en nuestro sitio de alabanza, Laura, mi hermana de Comunidad, me dijo que cuando escuchaba la canción «La tierra canta», que estaban cantando en ese momento, le recordaba a mí; yo me sonreí porque esa canción me eleva al cielo y es una de mis favoritas. Me sentí plenamente identificada con lo que ella me dijo. Podría enumerar muchas cosas que viví y presencié durante la celebración, pero voy a ir a mi testimonio de la visitación del Espíritu Santo.

Durante la celebración de la Eucaristía mis ojos estaban centrados en el padre Abraham, un sacerdote invitado por el padre Salva a Pentecostés. Yo sentía la necesidad de orar por él a distancia. Sentía que este sacerdote era un amado de Jesús y María y sobre todo me llamaba la atención que cada vez que lo miraba veía el rostro de Jesús flagelado, me venían imágenes de la pasión de nuestro Señor; desde la última cena hasta Su crucifixión.

Comprendí lo que realmente se vive en cada eucaristía; que aunque por Fe lo sabía jamás lo había visto de forma real: Renovar el sacrificio de Jesús en la Cruz. Y en un momento vi realmente escondido a Dios en los dos sacerdotes ahí presentes; el padre Salva y el padre Abraham: «Alter Cristus.»

Era ver una luz tras el cristal como el vino cuando se mezcla con el agua. Para mi sorpresa hoy me doy cuenta de que este era un pensamiento del Santo Cura de Ars (uno de mis santos favoritos). Cuando este sacerdote (el padre Abraham) empezó la Eucaristía, literalmente lo vi recubierto de la sangre de Jesús, me impactó, pero no me asustó, simplemente empecé a trasladarme a otra dimensión, porque desde ese momento algo empezó a ocurrir en mi interior, era una preparación para lo siguiente que iba a vivir.

Yo todo el tiempo estaba pidiendo Espíritu Santo para él.

Estaba con gente a mi alrededor, pero realmente me sentía en otro lugar, me sentía como flotando y con una presencia tan fuerte del Espíritu Santo que pensaba que provenía de María Ángeles (hna. en Cristo) que estaba delante mío y de Arlen (hna. en Cristo) que estaba a mi derecha.

Era como un torbellino encima mío. Estaba consciente, pero envuelta en un algo especial. En el momento de comulgar y recibir de manos del sacerdote a mi Jesús, ya no estaba en la iglesia.

No puedo describir ni cómo ni cuándo me fui a otro lugar, pero empecé a ascender por medio de nubes hasta llegar a una enorme puerta de oro y cristal que se fue abriendo lentamente, y se desprendía una luz tan fulminante que yo casi no podía ver. Es decir, con mis ojos físicos no veía, pero sabía que era yo en todo momento.

Mi rostro y mi vestimenta cambiaron, estaba toda envuelta en esa luz y yo vestida de blanco, descalza con una corona de flores muy bellas y diminutas, con muchos brillos, parecían de nácar y purpurinas, pero desprendían un perfume que jamás había olido y que se clavó en mi interior.

Empecé a caminar, pero no como lo hacemos aquí, sino como flotando encima de una larga alfombra roja; estaba en un palacio bellísimo indescriptible, habían ángeles subiendo y bajando, unos guardias vestidos de oro y mucha gente bellísima, todos alabando y cantando a Dios.

Aquello era el mismo Cielo.

En esos momentos me venía a mi pensamiento Ana Alegre (hna. de Comunidad); ella había contado una visión que había tenido, y por eso me recordaba la alfombra roja.

En ese momento pensé que estaba robándome su visión, pero rápidamente me centré en el trono que veía al final del larguísimo pasillo. Todo era un ambiente de paz, armonía, felicidad, plenitud, libertad. La verdad, es indescriptible, no hay palabras para describir semejante hermosura. Oro, cristales, nácar, brillos, jarrones, columnas… en fin, muchas bellezas.

Habían unas escaleras que subían al trono, donde estaba toda la corte de ángeles, con instrumentos musicales espectaculares. En el trono estaba Jesús sentado en una silla espectacular; vestido realmente de Rey con una Corona de oro, diamantes y roja, no puedo describirla, pero era una belleza total, sus vestidos blancos preciosos con ese rojo y un cetro a juego (algo que yo jamás había visto), sus sandalias también de oro.

Tenía al mismo Jesús enfrente mío, sentado en Su trono. Mi reacción al llegar fue tirarme a Sus pies y adorarle. Mi pelo envolvía sus pies y me sentía como María, la que enjugó sus pies con perfume de nardos. Yo no tenía el perfume, pero le adoraba y estaba en estado total de plenitud diciéndole que le amaba.

De pronto, Él se levantó y me dio sus manos para ayudar a levantarme del suelo, y quedamos cara a cara. Me habían subido los ángeles en un taburete de cristal azulado con bordes dorados, y yo ahí descalza, a la misma altura de mi Amado.

Realmente sentí como si fuese que me estaba desposando con Jesús.

Entendí que la iglesia es la esposa de Cristo por una revelación muy detallada que empecé a tener en ese momento. Era como estar hablando, pero mentalmente. Y realmente me sentí esposa de Cristo.

Esta revelación la escribiré en otra ocasión por no alargar mi testimonio; y ya la compartiré también porque nunca lo había entendido de esa manera. Entendí, a través de ella, el amor como hija de Dios, y el amor esponsal con Cristo.

Yo no cesaba de decirle que le amaba y de querer quedarme allí para siempre. Pero Él se fue elevando y sus manos poco a poco se fueron desprendiendo de las mías. Los ángeles me sujetaban porque yo no quería dejarle ir y Él, con una voz bellísima, pero ya digo, como mental, me decía:

«Tienes que volver ahí abajo. Aún no puedes estar aquí. Ahí —y señalaba literalmente abajo—, tienes mucho por hacer, el camino es largo.»

(Mientras escribo recuerdo una palabra de Lukitas, otro hermanito en Cristo, que me dijo hace unos días: «Entiendo, Adri, que aún tienes un camino largo».)

Empecé a llorar porque no quería dejar ir a Jesús y solo le decía «llévame contigo», pero Él, sonriendo iba subiendo. Ya no estábamos en aquel palacio Real. Me encontraba en unas escaleras hermosas con nubes como de nácar y ángeles conduciéndome hasta cruzar aquella puerta de oro y cristal.

Realmente abrí mis ojos y quedé descontrolada porque pensé que había sido un sueño, y no sabía, porque estaba tirada entre los bancos de la Iglesia. Lo primero que veo es a Mari (hna. en Cristo) al fondo, pero me sentía desconcertada. Quería ponerme en pie y no podía. Mi cuerpo estaba realmente anestesiado y paralizado.

No me asusté, porque podía hablar, y empecé a recordar todo lo vivido, pero con muchas sensaciones de shock. Estuve por lo menos de 3 a 4 horas ahí tirada en el suelo. Entre el padre Salva, Mari, Ale y Denise (hnas. en Cristo) querían ponerme de pie, pero yo pesaba tanto que no podían. Cuando Dios así lo quiso, fui reincorporándome, pero no podía ni caminar. Denise me dijo «estás como una niña que ha nacido de nuevo», y esa palabra me recordó que la había recibido en la mañana en la asamblea.

Realmente me sentía una niña dando sus primeros pasos. Me costó una montaña llegar al coche y poder conducir hasta mi casa. Cuando llegué, no podía salir del coche y aún tardé media hora para avisar a mi familia que ya estaba en casa y me ayudaran. Cuando vino mi hijo se pensó que me había caído, porque me tuvo que ayudar a subir las escaleras, y entonces me empezó una risa; parecía que había bebido.

(Realmente mi vivencia fue la misma de los Apóstoles en el aposento alto.)

Cuando vinieron a verme mi hija y mi marido, se pensaron que estaba bebida. Menos mal que saben que no bebo, pero mi marido, que está en otro mundo, me dijo realmente «estáis loquitos».

Me ayudaron a subir al salón donde estuve largo rato meditando lo vivido, y después, cuando ya pude, me levanté y caminé; eso sería la 1 de la madrugada, y pedí al señor que me dijera qué era todo esto que había vivido. Abrí la Biblia; me encontré con el Salmo 84 (83) (Deseo del santuario).

Empecé a llorar de alegría porque este Salmo me confirmaba que realmente había estado en el cielo y que Dios me ama con locura, pero que a ti que me lees también. Solo hace falta que lo creas y que lo ames y le pidas como dice la palabra de Dios:

«Pedid y se os dará…»

Durante mi vivencia repetía varios nombres en hebreo (así me lo ratificó el padre Abraham). Estos nombres eran Shaddai, Hashem, Elohim. El que más repetía era Shaddai. Y este fue el significado que encontré:

EL-SHADDAI es el Dios Omnipotente en generosidades. La omnipotencia de Dios es de «pecho», es decir, de amor generoso que se derrama a otros. EL-SHADDAI es el Dios que derrama bendiciones sobre nuestras cabezas y nos da vida en abundancia. En algunas ocasiones EL-SHADDAI permite que seamos probados y afligidos para vaciarnos de nosotros mismos y así poder llenarnos más de ÉL y de sus bendiciones, esto es lo que sucedió con Job, Rut…

Para mí tiene mucho sentido, por todas las vivencias que tuve en estos 50 días de preparación para Pentecostés. Vivencias que escribiré y dejaré escritas porque la Gloria es de Dios, y si Él me ha permitido tantas experiencias en mi vida, creo que ha llegado el momento de escribirlas en limpio y sacar un libro que sirva al mundo.

Experiencias sobrenaturales para la ayuda del crecimiento interior, de la perfección del alma, de sanación y restauración para alcanzar la plenitud con ese Dios amor que realmente quiere salvarnos a todos.

Un Dios amor, lento a la ira y lleno de misericordia. Al cuál siempre Alabaré y Cantaré sus maravillas (Salmo que me salió en las palabritas que entregó mi hna. de Comunidad, Teresa).

¡Gloria a Dios por siempre!

Gracias a Dios. Gracias a todos. Bendiciones,

Adri.

El Señor ha querido que metiera los dedos en el costado hoy

TESTIMONIO #038

Hola, padre Salva:

He estado viviendo la vigilia online y ha sido como estar ahí. Dos testimonios quiero dar.

El primero es que, en el momento de oración en lenguas, mi lengua enloqueció sin control nada más empezar. Cuando dijiste que se estaba derramando, pensé «… y reavivándose». Recibí el don de lenguas en un retiro de la Renovación en septiembre del año pasado, pero parecía que no estaba seguro de si era una historia mía o de Dios. He orado en lenguas, pero como con un puntito de duda latente del que no lograba librarme. El Señor ha querido que metiera los dedos en el costado hoy. Gloria a Dios. La paciencia que tiene conmigo es increíble.

El segundo es que durante la alabanza temblé hasta tal punto que me asusté. Manos, brazos y piernas. También con llanto. Las manos llegaron a girar como las hélices de un avión, de manera totalmente descontrolada, no daba crédito. Tal era la potencia del movimiento que llegué a pensar que se me iban a dislocar las muñecas. Terminé agotado, pero muy ligero. Si alguien ajeno hubiese visto aquello, se habría asustado. Me quedé muy impactado.

Me he animado a compartir porque me ha tocado el alma cuando se dijo que el mundo perece por desconocimiento, por eso hay que darle la gloria a Dios, no robársela.

El Señor está haciendo una obra de misericordia muy, muy, muy poderosa conmigo, pero todavía no me he atrevido a compartirla, en parte porque falta el desenlace y en parte porque sé que las consecuencias que me traería compartirla serían muy dolorosas. Mi historia refleja la paciencia, la misericordia y el amor de una manera muy fuerte, tanto que me emociono cuando lo pienso. Siento cada vez un ansia mayor por compartirla, pero me falta todavía el desenlace. Me encantaría si pudieses hacer una breve oración para que se disipe la tiniebla. Espero que compartir estos testimonios de hoy me empuje a dar en un futuro no muy lejano el de mi historia, con valentía, y a darle a Dios la gloria que se merece.

Aprovecho la ocasión para decirte que tus publicaciones de Facebook siempre me transmiten el mensaje que necesito y os sigo muy de cerca: ¡hermosa Comunidad tenéis en Valencia! Gracias por vuestra labor virtual. Espero poder asistir a uno de tus retiros en el futuro.

Un saludo,

Samuel.

Hoy he vivido un nuevo Pentecostés

TESTIMONIO #037

Hoy he vivido un nuevo Pentecostés en una pequeña parroquia de Paiporta.

Ha sido una maravilla. Cuando ha terminado, yo deseaba más. Así que el Señor ha atendido mi deseo.

Cuando he llegado por la tarde a casa de mis padres, mi padre ha empezado la conversación contándome que tenía un dolor fuerte por la ciática; incluso había tenido que tomarse algún medicamento para aliviar el dolor que le producía.

Le he ofrecido orar por sanación. Me ha dicho que sí. He puesto mi mano sobre él. He declarado sanación en el Nombre de Jesús. He ordenado al dolor de ciática que se fuera en el Nombre de Jesús. Le he preguntado a mi padre si notaba alguna mejoría, y me ha dicho que sí, pero que todavía notaba alguna molestia.

He vuelto a orar por él. La molestia no se ha ido. Yo me he sentido un poco ridículo y pequeño, pero sobre todo yo he amado a mi padre y me he fiado de Dios.

Sí, hoy ha sido un nuevo Pentecostés.

Mañana… ¡Más!