Si Tú quieres, tómame, aquí estoy

TESTIMONIO #160

Hola hermanos:

Quiero compartir este testimonio de Pentecostés.

Porque el Señor es grande y merece Gloria.

Me tomo el atrevimiento de contarlo en nombre de mi hermano.

En mi casa somos una familia amplia. Así que yo quise que juntos hiciéramos la novena al Espíritu Santo unido al Santo Rosario y así prepararnos mejor para vivir este gran día.

Aunque no fue fácil porque no siempre hay entera disposición de parte de todos y para los jóvenes de cierta edad casi siempre resulta aburrido y pesado.

Vamos, que incluso terminaban durmiéndose, ese era el caso, pero aun así yo no desistí.

Total, que llegó el gran día, y a uno de mis hermanos, que se llama Daniel y tiene 16 años, no le apetecía venir.

Toda la mañana poniendo excusas.

Con todos los argumentos necesarios.

Intentando conseguir quedarse en casa.

Gracias a Dios, con las pocas ganas, vino con gran parte de mi familia.

Cuento las palabras textuales que él me expresa:

Yo nunca había tenido una experiencia así.

Era la primera vez que asistía a un Pentecostés. Yo no sentí nada ni en las canciones ni en las enseñanzas, hasta que entró la Custodia con el Señor.

Cerré los ojos y le dije al Señor: «Si Tú quieres, tómame, aquí estoy.»

No abrí los ojos porque habían dicho que lo mejor era no distraernos.

Entonces comencé a llorar. Ni sabía por qué, pero no podía parar y el cuerpo me empezó a temblar. Había un chico que estuvo sentado todo el rato al lado mío y yo le escuchaba hablar en lenguas. Pensé que era alguien de la Comunidad, pero me extrañaba que estuviera allí todo el tiempo.

Yo tenía las manos empuñadas y él me dijo: «Abre las manos, porque así no va a entrar el Espíritu Santo.»

Así que las abrí.

En ese momento se acercó el padre Salva.

Me puso las manos en la cabeza y yo empecé a sentir un fuego que me quemaba por dentro. En el mismo instante escuché que la chica del micro dijo: «Hay un joven que está siendo liberado de una adicción y está sintiendo un fuego.» Yo sentí directamente que esa palabra era por mí y el fuego de verdad me quemaba.

Así me pasé toda la efusión llorando y temblando.

Yo, su hermana, doy fe, porque al acabar todo fui a darles un abrazo y seguía llorando.

Estoy inmensamente feliz porque una de mis peticiones era que el Espíritu Santo viniera a romper la esclavitud que tenía por los videojuegos y que le provocara un rechazo absoluto por ello. (Este es el problema de muchos adolescentes y que muchas familias lo padecen.)

Para Gloria de Dios, desde ese día ha dejado de jugar y le pregunto:

—¿Por qué no juegas?

Y me dice:

—Porque no tengo ganas.

GLORIA A DIOS.

Pedid y se os dará.

Solo el Espíritu Santo tiene el poder de cambiar vidas. Sigo clamando para que esta semilla que se plantó en él, como en todos los que han asistido, siga dando su fruto y se produzcan verdaderos cambios de conversión.

Bendiciones hermanos.

Alejandra.